jueves, 23 de abril de 2009

EL MUNDO EN EL QUE HABITO.

Siguiendo el consejo de mi padre y con ánimo de sobrevivir, he pasado épocas inmersa en mi propio mundo. Ese que creamos cada uno de nosotros para estar aquí, para ilusionarnos y continuar hacia delante, compuesto de todas las cosas que nos gustan ... ... lugares, objetos, poca gente, mucha gente, gente distinta, gente igual o nadie. Concienzudamente nos empeñamos y desearíamos quedarnos para siempre dentro de lo fácil, de lo conocido pero la realidad a veces nos saca de ahí y nos hace enfrentarnos con situaciones imprevistas para las que no estábamos lo suficientemente preparados.
De niña habitaba un mundo ( llamémosle lugar), en el que toda mi familia estaba a salvo. A salvo de las injusticias,de las críticas, de las miradas de los otros, de las tristezas, del sufrimiento y las enfermedades, a salvo de la muerte. Entonces murió mi abuelo y me dí cuenta de que jamás volveríamos a encontrarnos. En ese momento dejé de creer en muchas cosas, entre ellas, dejé de creer en Dios y fuí consciente que no sería suficiente con aferrarme a mi propio mundo. Tendría yo unos cinco años y creo que una parte de mí se hizo adulta a partir de entonces. Con el tiempo volví a habitar otros lugares (llamémosle mundos). Volví a vivir en un lugar rodeado de animales, de gente que me quería, de calles estrechas y cuestas empinadas, de palomas que volaban en círculos pero la realidad del desamor me hizo alejarme y enfrentarme a otras realidades. Ahora volví a dejar de habitar en uno de esos mundos de los que os hablo y aún lo echo de menos pero como le decía a alguien hace unos minutos ... ... quizás sea lo mejor. Aún nos queda tiempo para volver a crear otros mundos (llamémosle lugares) u otros lugares (llamémosle mundos) y ... ... es cansado, claro que es cansado. Tanto que hay momentos en los que no sabes muy bien hacia donde seguir caminando. Por lo pronto conformémosnos con estar y descansemos. Quitémosnos los zapatos que presionan y aprietan tanto. Durante un tiempo los dejaremos debajo de la cama hasta que de nuevo seamos capaces de ponérnoslos porque ahora, hasta andar duele.(T.Aguilar).