sábado, 25 de septiembre de 2010

Zancudo.






















Desde hace algún tiempo, aprendiendo de la experiencia de la vida -son los viejos y los niños los que más aprenden en este mundo-, me he convencido de que se hacen valoraciones equivocadas, incluso diría que muy erróneas, con respecto al hombre solitario -solitario tal como se concibe actualmente, -construyendo su Tebaida en cualquier centro del mundo civilizado... visto que el mundo entero se ha civilizado. Me parece que al hombre solitario, aíslado en la medida de lo posible de la convivencia con el mundo, no le caben los lamentos caritativos que sus contemporáneos le dispensan, en un impulso presumiblemente altruista, de sincera benevolencia. Pero no hay hombres solitarios. El hombre solitario, que no ve a su alrededor si no a sí mismo, que no oye a su alrededor si no a sí mismo, no existe; le acompañan, si no otros seres humanos, el recuerdo de muchos seres humanos y el interés por toda la humanidad, o mejor dicho, por toda la creación. Está, pues, muy bien acompañado. Porque, pensémoslo bien: quien vive en un aislamiento mayor no es el hombre que se encuentra más aislado en este mundo, sin familia, sin amigos, solo, recogido en su oscuro albergue, sino el otro hombre, o mejor dicho los otros hombres (pues son ellos quienes forman una legión), los hombres absorvidos por la vida social, agitados por el torbellino de las pasiones, de los intereses, de las competencias, de las rivalidades, de los deseos, de las ambiciones .... ....(W. de Moraes).