viernes, 17 de septiembre de 2010

Ó-YONÉ Y KO-HARU (Wenceslau de Moraes).























Hay un proverbio japonés, de inspiración budista, que dice así:

Au wa wakare no hajime.
(Encuentro - el comienzo de la separación)

La idea expresada en este proverbio es característicamente budista y puede considerarse como una simple aplicación del dogma genérico que recuerda a los fieles que todo lo que vive tiene forzosamente que morir, que todo lo que existe tiene forzosamente que acabar.
El budismo pregona la interpretación pesimista de todas las cosas de este mundo, mundo de la no permanencia, en el cual los placeres, penas, deseos, afectos, añoranzas, sufrimiento, todo es vacío, todo es una ilusión, todo es nada, de forma que se propugna naturalmente la contemplación exclusiva de lo santo, de lo divino, único por lo que conviene interesar nuestro espíritu.

Debe entenderse que el proverbio versa especialmente sobre el encuentro amoroso, el amor, que es la pasión en su estado más intenso; pasión la gran fuerza emotiva que electriza a una gran parte de la familia humana, atontándola, cegándola a la razón, al cumplimiento de sus deberes, ¡arrastrándola tantas veces a todas las deshonras y finalmente a la perdición! ¿Y para qué? Placeres momentáneos, ilusiones pasajeras, mezclados con muchas contrariedades, con muchas desilusiones, con muchas angustias, que caminan trágicamente hacia la separación, hacia la ruptura, bien por la saciedad de los deseos, bien por la fricción de dos temperamentos diferentes e incompatibles entre sí, bien por los obstáculos que aparecen por sorpresa, bien por cualquier otra causa imprevista entre miles de posibilidades... Y cuando no sucede así, cuando Él o Ella gocen del extraño privilegio de saber evitar las tempestades de la existencia, conduciendo imperturbablemente la góndola de sus amores por apacibles serenidades, vendrá el día de la muerte, que nadie puede evitar, para poner término al idilio y decretar la separación, la ruptura, robándole a uno el ser querido... Y dirá el sacerdote budista al creyente que lo escucha: "¿Quieres evitar la separación? Hay un medio seguro: evita el encuentro."

Y yo le diré al sacerdote budista: "Bonzo, tienes razón, sin duda. Predica abundantemente esa doctrina y aumenta la legión de los bienaventurados. Pero yo la rechazo para mí, aunque tenga que sufrir todos los suplicios del infierno del budismo, que conozco, que he visto, y son atroces. Yo he amado, he amado mucho, y sólo me pesa no haber amado más. Yo aprendí a amar, ni tú puedes suponerte cómo, cuando encontré un día, hace mucho tiempo, a dos mariposas bailando una con la otra, besándose al mismo tiempo, sobre las flores perfumadas de mi jardín; y en asuntos de amor tengo más fe en las mariposas que en Buda ... Vas a hablarme, tal vez, de la separación, de la ruptura. Conozco las puñaladas de la separación, de la ruptura; las conozco y aún hoy el corazón me sangra por ellas. Quisiera haber dado otro final a estos tristes episodios; me ha sido imposible. Pero no me lamento, no; pero no me arrepiento, no. He amado, he sufrido, sufro; todo ha acabado. Todo no, queda la nostalgia, que es aún uno de los aspectos fulgurantes del amor. Y antes de que tú, oh bonzo, ungido de irónica piedad, vengas a sonreír con amargor frente a mí desventura impenitente, quiero gritarte todavía mis últimas palabras sobre este asunto interesante: tú sabes muchas cosas, seguro, pero ignoras una al menos: ¡EL GRAN PLACER DEL SUFRIMIENTO...!"