miércoles, 30 de marzo de 2011

No quiero bolsa.
No, no quiero bolsa. -No, no quiero bolsa. -Pero, si es más cómodo, mujer. Replicó el tendero paternalizando la voz, e indicando con la mirada un supuesto objetivo inconsciente descubierto. Lleva reconociendo este fenómeno en sus interlocutores desde que comenzara su toma de decisiones. Primera vez: Renunció a ser virgen para ser pastora. Las pastoras dan, la virgen solo recibe. Segunda vez: Renunció a una tesis doctoral. Prefiere investigaciones vitales alejada de tubos y probetas. Terceras veces: Afirma que no quiere ser madre. No deja de sorprenderle la certeza que manifiestan otras personas acerca de lo que ella realmente quiere para su vida. No, no quiero bolsa. Y se fue, colocando los artículos adquiridos, en sus bolsillos, su bolso, sus brazos… (Ana Jiménez Talavera).